
Había sol, pero aun así llovía. Esa ironía me detuvo: paré mi ejercicio, tomé la cámara y filmé cómo cada gota iba mojando el suelo poco a poco.
Mientras grababa, vi una semilla que aún conservaba seca su pequeña sombra.
Pensé en esas mañanas en las que despertamos con un pensamiento seco, dormido, como la semilla. Basta un vaso de agua para empezar a hidratarnos… y de la misma manera, cada idea, cada palabra, cada interacción va humectando ese pensamiento inicial que parecía tan ligero.
Es natural, pero requiere estar despiertos para no inundarnos.
Porque lo que empieza como una gotita benéfica puede convertirse en tormenta, como le ocurrió a esa semilla que resistió quieta… hasta que se empapó por completo.
Y ahí hay varios aprendizajes:
Resistimos, sí, pero incluso si no lo hacemos, el agua —las palabras, las ideas, las emociones— seguirá su curso y nos mojará igual.
De nosotros depende disfrutar ese proceso, aprovechar ese líquido que humecta y sostiene la vida, para evitar nuevas grietas en nuestro propio suelo, en nuestra propia mente.
La lluvia es una bendición orgánica. Y cuando lleguen tormentas infinitas, cuando el agua parezca no tener fin, basta recordar que somos como el pavimento: incluso con grietas podemos absorber, dejarnos penetrar y nutrirnos profundamente.
He aprendido que estar ‘rota’ no es fallar, es ser humana:
las grietas no son defecto, son vivencias.
Porque lo que no se abre, se estanca;
y, en cambio, lo que tiene fisuras permite que el agua entre, circule, sane y siga su curso.
Nacemos llorando, orinando, fluyendo…
quizá por eso lo roto, cuando está vivo, también sabe sustentar la vida.
Y si llega el momento en que ya no podemos contener más,
cuando las aguas nos desborden,
solo queda dejar ir.
El agua siempre encuentra sus canales para fluir
En nosotros también.

#Cuandolorotocontiene #fluirentregrietas