(p=m×v)
Veo ésta fórmula con las iniciales de mis nombres, y me divierto imaginando que funciona así:
Patricia es igual a Martha por su Velocidad.
Entonces me pregunto:
¿Cuál es mi momentum?
¿Existe un oleaje allá afuera, y otro dentro de mí? – los momentos vienen en oleadas, grandes y pequeños, y de la suma de habilidades que adquieres en gestionarlos, hace que estés listx para surfear LA gran ola.
El momentum es como esa ola que viene a toda velocidad,
un suspiro del océano que empuja y arrastra
ofreciendo su fuerza,
para que la tomes,
para que te atrevas a surfearla.
Es un instante certero aunque fugaz,
un giro de viento y de mar que nos llama
a movernos, a lanzarnos sin vacilar,
recordando que la rapidez no implica caos, necesariamente.
También trae dirección y si agregas propósito, en movimientos conscientes de que puedes tumbarte o impulsarte si eres agua. Entonces fluyes, continuando firme en la tabla con pies livianos.
El equilibrio no es estático. Cada ola es diferente. Cada vez que lo intentas, ya no eres el mismo. Cuando eres nadie, eres libre. Estás, siempre convirtiéndote en un novato, a ratos legendario. Te celebras. Agradeces esa danza con el océano, en armónico cambio.
Tu dominio es la destreza del encuentro.
Es el disfrute de frotarse las manos en una noche helada.. Es ese roce que calienta, sin encenderse en llamas. Es saber, cuándo dejar de frotarlas para no ampollarse.
Saber y sentir se juntan en cada fibra.
Reconoces ese dolor del corazón que casi se sale del pecho, y casi se explota en mil pedazos, para caer en tus propias profundidades, pero no te quiebras.
Los casi, los creo, los debería, hacen perder el momentum, y algunas veces, llegan lamentaciones como réplicas, que en pequeños sismos te rompen.
El momentum no está hecho sólo de impulso,
También de intención en la respuesta,
En una mezcla de coraje
con la calma que da la comprensión
de que la ola en sí, no viene a lastimarte.
Ella te lleva a donde quieras ir, hasta donde tus capacidades y las circunstancias se alinean para lograr algo, lo que sea, ya es una historia, para contar o callar, pero hecha queda.
Yo no sé nadar, y me atreví a surfear, porque creí que así vencería mis miedos profundos en la inmensidad de lo desconocido. Cuando no sabes, pruebas o esperas que alguien te enseñe cuál es la mejor ola, cuándo subirte a la tabla y qué hacer. Buscas un experto que te guíe, o buscas una experiencia que te muestre. El desafío, en mi caso, apareció cuando el propósito de mi maestro fue enseñarme a surfear, y el mío interno, era no ahogarme.
Aprendí de la suma de momentos en el agua, que surfear no es lo mío. Aproveché esas experiencias para escribir. Este es el movimiento y la velocidad que más disfruta mi masa, en todas sus proporciones.
